lunes, 21 de mayo de 2012
Un paisaje con figura
Un paisaje con figura
El aire se respira suave, como si su movimiento fuera innecesario. Suave se acaricia el sol con el agua. En el centro, varias figuras entorpecen el idilio eterno. Una se separa del conjunto para acercarse a unas rocas que se resisten a acogerla en su abrazo.
Sentada sobre la orilla inmóvil del acantilado, en posición desconfiada y mirada perdida, la figura rompe la armonía. No pertenece a ese lugar y se resiste a ocupar su sitio pues le resulta reducido e incómodo.
Los minutos caen al pozo infinito del mar y del tiempo, llevándose consigo las gotas saladas que se deslizan por las mejillas de la intrusa. Se llevan solo gotas saladas y no lágrimas: lágrimas son aquellas que hacen sufrir a las demás figuras, pero estas no hacen sufrir a nadie y el mar, enfadado, las funde con las suyas sin prestarles atención.
El mar, ahora excitado por la luna, se levanta potente, orgulloso golpea a las rocas en un desplante de poder. Estas dejan escapar su queja en un rugido común.
La lucha continúa así toda la noche y la figura insiste en fundirse en el pétreo abrazo de escarpadas cumbres y espumas blancas. El mar solo se detiene un segundo cuando la fuente lo penetra minúscula mente en toda su inmensidad.
Las rocas siguen rugiendo, el mar sigue embistiéndolas, pero para la figura solo son: Humedad, Oscuridad y Silencio.
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