Decía Simone Weil (1909-1943) “... no hay límites al sufrimiento
que el hombre puede recibir de los demás hombres. “ Me viene a la
cabeza este concepto ante la actual notoriedad de los colectivos
feministas que se manifestaron hace unos días ante la secretaria de
seguridad ciudadana y el búnker en las que se hicieron pintas, se
rompieron puertas, muebles y finalmente se bañó de diamantina al
funcionario de la SSC Jesús Orta. Inmediatamente la jefa de gobierno
y la procuradora, Sheinbaum y Godoy, respectivamente, llamaron a
estas acciones Provocaciones, sin duda tales afrentas ameritaban
granaderos y cañones de agua para dispersar a la turba de 300
féminas que al grito de Violadores, encaraban a las autoridades que
encubren a los responsables de 3 denuncias en menos de tres semanas
de violar a dos menores de edad, una en un baño de un museo, otra en
una patrulla, y a otra chica de 27 años en un motel, a manos de
policías de esas corporaciones.
El
enojo es más por la manifestación que por la exigencia de justicia
que demandan los colectivos feministas que la convocaron.
Con
el hashtag #NoMeCuidanMeViolan se refieren a que la policía, y todas
las fuerzas armadas, detonan índices de violencia sexual hacia las
mujeres y los grupos vulnerables como ningún otro grupo organizado
lo hace. No es ningún secreto que los policías violan, tortura,
extorsionan, roban, secuestran. Vivimos en el país más corrupto de
América Latina, no es de extrañar que nuestras instituciones de
seguridad vivan en total impunidad. Así, tampoco será de extrañar
que se haya encendido la mecha de la famosa autodefensa feminista,
las marchas, manifestaciones y scracheos no van a cesar, se ha
destapado el barril de la pólvora que se ha juntado en el miedo y el
enojo de las mujeres por ser asesinadas en una decena al día, por
ser violadas una cada 4 minutos, por ser secuestradas, esclavizadas,
torturadas y desaparecidas sin que las autoridades respondan
acordemente.
Han
hecho de la brillantina rosa su bandera de lucha y somos un ejército
que abarcamos el 51% de la población. En esto estimados lectores y
lectoras, no vamos a parar. La estadística brutal de violencia de
género tiene que descender significativamente porque si de cualquier
forma nos matan, nos encarcelan, nos victimizan y revictimizan, nos
violan, nos abusan, nos explotan, nos torturan, nos venden, no
tenemos nada que perder más. La Medusa ha despertado, la quimera ha
revivido, la hydra está presta a que le corten la cabeza y le salgan
muchas más para acabar con el veneno de sus bocas con todo lo que la
violente.
Se
han convocado marchas para esta semana en varios lugares de la
república, los medios están engolosinados con las demostraciones de
los pañuelos feministas, de las feminazis que les llaman los que
quieren que su enojo sea educado, que pidan por favor que no nos
viole la policía de la manera más atenta.
Los
derechos de las mujeres han costado sangre, poco es un vidrio roto y
un funcionario que se convierta en figura de carnaval bañado de
diamantina violeta. Esperen el poder de cruzar las piernas de
Lisístrata, la ira de mil vírgenes rojas, el desprecio de todas las
madres, hermanas y esposas. Los que no sean aliados serán enemigos y
sufrirán su baño de diamantina violeta, o rosa, o púrpura.
Las
autoridades están frente a uno de los momentos más difíciles, o
siguen encubriendo agresores, asesinos, violadores, abusadores,
extorsionadores y machos en general, o por fin se hacen un poco
dignas y se ponen en el lado de lo que deben resguardar y defender,
la no violencia hacia las mujeres en el país más feminicida del
continente.
Las
carpetas de investigación que lleven a las responsables del
aquelarre de esta semana sólo van a atizar el fuego de las hogueras
en las que arderán quienes tomen esas posturas. La Marea tiende a
arrasar con todo a su paso, y esta marea rosa no la para ya nadie. Ya
era hora que las mujeres nos defendiéramos de tanto sufrimiento que
llevamos siglos soportando y solapando.
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