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martes, 21 de febrero de 2012

Compendio: Poesía, prosa y cuento de Fabiola Díaz de León


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This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.


LAS PUERTAS DEL CIELO

Ya estoy cansada señora mía,
¿Sería tan amable de permitirme llevarla a la cama?
Oler su pelo,
acariciar su cabeza con mi cara,
morderle la nuca,
sentirla voltear buscando mi boca,
recibir sus besos como los santos reciben la hostia,
para hincarme a sus pies
y rogarle al cielo entre sus piernas
que me abra sus puertas
para rezarle un rosario de besos.
Y eso, señora mía, son muchos besos,
uno por cada sílaba de la letanía,
quiero juntar mis manos para rezar dentro de su sexo,
quiero sentir su humedad con mi nariz.
Hay tanto qué hacer en el cielo señora,
ahí la eternidad es un segundo.
Como en los sueños.
Voy a soñar con usted amada señora,
y con su venia
voy a recorrer todos los senderos de su cuerpo con mi lengua.
Voy a lamer toda la sal y el agua de sus mares señora.
Voy a quererla tanto
señora mía
que borraré cualquier otro de sus amores.
Señora mía,
muero por hacerla a usted mía.


POEMAS DE UNA VOZ LEJANA
1.-
Soy un grito que estuviera llegando hasta tu sombra vibrante.
2.-
Entre líneas tu nombre resuena
y es vago el quejido que invoca
para encontrar en la garganta seca
un rezo a tu memoria;

arena de tus ojos empañados:
nívea hoja de papel intocable,
oxígeno de mis deseos.

Años lejos del espejo: tú, boca; tú, manos; tú, voz; tú: siempre.

3.-
Metralla en mis oídos sordos,
fusión de sombras ajenas, sombras lejanas, sombras de ti.
4.-
Con pertenecer al que pertenece, permanencia y presencia, humo inhalado
cada instante como único alimento tolerable: digestión enferma de ti.
Hartancia de ti: esencia-cansancio: interrogación.
Tú, rostro;
tú, ser;
tú, rojo;
tú, anhelo;
tú, dios;
tú, conmigo.
5.-
Ser no estando,
ir con tu sueño,
adorándote siempre,
venerando el cantar de tus ropas al moverte,
frotar de caricias en hilo,
con caricia de cuentos,
de cueros, de años sin transcurrir,
tañido de sensaciones,
celesta de abrazos
encajados en tu mirada construida en cada espacio.
Etérea.
Risco en el que el dormir se estrella
fragmentándose en cientos de fantasías donde tú eres.
Gozo de mi arrullo acostado en tu recuerdo, infierno último.
Tú, tañido de laúd amargo.
Tú, trago atragantado de la copa del sonido

Y la escritura no iguala
la intensidad del deseo
envuelto en hojas blancas
muertas
estériles

Somos un orgasmo
dividido
como un cañón
como una cascada
como una plática interrumpida por un tercero.

Como un rezo de beata
degollado por la campana de la parroquia,
como un bocado que se escupe
ante el asombro de un sabor nuevo.

Como solo podemos ser tú y yo.


LA FABULA DEL GALLO Y LA SERPIENTE
FABIOLA DIAZ DE LEON

¿ Qué le dijo el gallo a la serpiente?
No vayas a picarme y a comerme.
Y qué le contestó la serpiente:
No si vas a pisarme y a cogerme.

A lo que el gallo se aboco por entero, mitad por gusto y mitad por salvar el pellejo. Primero le dijo por supuesto que seria un placer. Nunca había pisado ni cogido a una serpiente. ¿Por donde se haría eso? ?Por la cola? ?Por la panza? Pensó, porque no era tonto este gallo, que la mejor forma era explorar a la serpiente, estudiar a la serpiente, amar a la serpiente, vaya forma maravillosa de aprender, por puritito amor.
Indiscutiblemente ese era el camino, y era un camino recto y largo, todo rodeado de anillos, creados por innumerables escamas que formaban caminos hipnóticos, de una textura fría casi metálica en la que casi podía mirarse actuando el dedicado gallo, mientras su pico acariciaba lentamente cada forma del cuerpo de la serpiente.
Pasaron muchas horas hasta que el gallo logro su cometido y la serpiente agradecida lo abrazo. Cayeron los dos en el sueño de los amantes no sin antes el gallo prometerle servirle el desayuno.
A la mañana siguiente despertó la serpiente y adormilada, sintiendo las plumas y con la idea del desayuno se trago entero al gallo.
Después se dispuso a digerir, pero sentía un gran bulto en la panza y un gran vacío en el corazón. Así se dio cuenta de que se había tragado al amor de su vida. Ese es el problema del amor antinatural, sus propias naturalezas se destruyen.
Despertó el gallo de su pesadilla, vio a la serpiente dormida alrededor de él, se escabullo de su abrazo y le trajo una gallina. El gallo cumplió su promesa trayéndole el desayuno a su ahora amada serpiente, mitad por placer y mitad por salvar el pellejo y mientras ella tragaba a la gallina cacareo por primera vez su nombre a los vientos.

LILIT

Durante el día, Lilit camina lento sobre los suelos de aguas secas, escondida dentro de un roble se dedica a rascar el interior del tronco con sus uñas largas. Junta el polvo de madera para maquillar su cara y la savia para sostener sus cabellos largos y crespos. Peina sus cejas cuidadosamente para crear un arco que semeje una luna creciente y embarra sus pestañas con aceite de semillas. Derrocha siglos dedicada a embellecerse para salir corriendo entre las noches, serpenteando entre las estrellas como si sus pies no tocaran el cielo. También durante el día mantiene la mente en blanco y los ojos abiertos, mirándolo todo con gran cuidado. Como un ave de rapiña que olfatea en busca de huevos que devorar, clava la mirada en los vientres hinchados de las mujeres embarazadas. Le parecen tan atractivos como un huevo que se incubara sobre el agua; como en el tronco, desearía ser la criatura que se gesta en su interior para abrirse paso a la vida con araños.
Por las noches asoma la cabeza por la ranura del roble para oler la cercanía de los avestruces y la igualdad de sus plumas. Saca un pie para sentir en la aridez de la tierra los pasos de los chacales que se muerden solos. Coloca la mitad del cuerpo fuera del roble para quedar medio cubierta por el árbol, medio desnuda por el mundo, y dejar que los sueños manen de sus pechos como el pelícano mana sangre para sus crías. Desde su roble alimenta las horas de inconsciencia con fantasías inconcebibles. Acaricia a los durmientes con su lengua que como una serpiente tibia se arrastra por los huecos m s insospechados saboreando la sal que la mantiene encerrada en sus cuerpos. Sube, baja, succiona, aprieta, muerde, araña, lame y lame, y lame, y lame, hasta que erosiona las pieles; y entonces come la carne amada a pequeños pellizcos; y bebe los sudores que provoca a pequeñísimos sorbos que como un licor se evaporan en su lengua sin llegar a tocarle la garganta.
Lilit agoniza de hambre, se seca de sed, se transforma de ganas y puede ser alta o bajita, según le convenga, para empalmarse a su víctima. Se le pega como lapa haciéndole el amor entre respiros pausados y sábanas blancas. Se profana de sueños con sus ojos de cuervo y llora sin lágrimas el recuerdo de la niña a la que amó en Babilonia, el abandono del príncipe que la encerró en el fondo del mar Muerto, el olvido del literato que la convirtió en cuento y la melodía triste de la compositora que la encarceló tras las barras de su pentagrama. Durante el día, Lilit camina lento sobre los suelos de aguas secas y rasca el interior del roble para resanar con madera sus ojeras.


EPISTOLA DEL AMOR MALOGRADO
Sin querer, un día, como se meten las cuerdas de los violines en las orejas y nos jalan de los pelos, y nos arañan con sus llantos, y nos bañan con sus cantos, y nos lastiman con sus lamentos, y nos lamen con sus deseos, así, justo así, un día, que más que bien terminaba, comenzaba con una cascada de risas en un Oxxo.
Se iluminó la noche con tu sonrisa, se dispararon los cuetes a carcajadas, hubo bala, hubo porra. Me di cuenta de que la Gloria estaba cerca, o curiosamente algo, una energía, una mezcla, una sintonía, un acercamiento, un encuentro a solas, pero con el mundo perplejo, observando cada segundo, cada movimiento, los cinco sentidos puestos en lo que sucedía. En un país de ciegos, el tuerto es Rey y como José Alfredo Jiménez no dijo, “Yo la vi primero”, pero seguro lo pensaba seguido.
Y claro que te vi primero, lástima que la vida no me dejó acercarme antes de que te doliera tanto la existencia, lástima porque nada me gustaría más que ahorrarte cualquier tipo de sufrimiento, nada me genera más placer que brindarte un bien, y esos dos son síntomas inequívocos de que te amo. Amo esa mezcla de niña-payaso-aprendiz de meretriz que has hecho. Amo tu coche morado, tus faldas largas, el sonido de los mocos cuando te los suenas en el teléfono, el olor que dejas detrás, tus escenas con Arcelia, tu imitación de Salma, tu secuestro, tu sed de saberlo todo al mismo tiempo, tu muerte clínica, tu voz ronca, tus nalgas de Rumbera, tu cara de niña, tus pies de tamal, tu fuerza, tu lealtad, tu nobleza, pero sobre todo amo tu risa. Pase lo que pase, nunca dejes de sonreírme.
Todo eso amo, como amo a Dios, como amo a Mi Madre Elena y a mi Madre Guadalupe, así te amo a ti. ¿Qué daño puedo hacerte con quererte? ¿Qué mal puede haber en quererme? ¿Qué daño pueden hacerse dos personas que se quieren que con un poco de razón no pueda convertirse en bien? Yo estoy más asustada que cualquiera, créeme, soy el animal más herido de todo el zoológico, por eso el más sumiso y peligroso. Solo tienes que verme para darte cuenta.
Si mi respiración fuera un sonido sería un lamento,
si mi digestión fuera un elemento sería el fuego,
si mi alma fuera un cuadro se estaría cayendo a pedazos,
y si los centauros sufren lo que sufro ahora,
entendería porqué la eternidad glorifica el dolor.

A mi me duele tanto ser quien soy que no puedo aguantar el dolor del cuerpo. El cuerpo no tiene la culpa de la negligencia del alma. Le debo tanto a esto que es autónomo y que es mi cuerpo. Me ha llevado por tantos lados, me ha enseñado tanto, me enseñó una constelación de sabores, un universo de sensaciones, una infinidad de soledades y aún se ríe, aún se defiende, aún se mueve. ¿Cómo no lo voy a querer? ¿Y cómo no te voy a querer a ti que le das tanta luz y alegría a mi vida, a mi alma, a mi casa? ¿Por qué habrían de enamorarse todos de ti y yo no?



La Dama de la Fama inútil

Fabiola Díaz de León


La Dama de la Fama inútil se sentó a la mesa. Pasó por alto que los comensales la ignoraran y comenzó a servirse de cuanto platillo le quedó a la mano. Comió despacio, tanto que cuando la cena había terminado la mitad de su plato seguía intacto. Desperdiciaba su tiempo en recordar. "Deporte de necios es el de la memoria", pensaba después de haber dedicado siglos al estudio de la Historia.

Todo lo llevaba a cabo en exceso, incluso el pensar. Su naturaleza era, al igual que la de Dios, la de los seres que permanecen en la tangente con la realidad. La rivalidad que esto provocaba la había llevado a enfrascarse, desde siempre, en la búsqueda de la perfección; sabía que al encontrarla podría apoderarse de ella y así, convertirse en dueña y señora del Universo y sus criaturas. Por esto mismo, mantenía su presencia en secreto.
La Dama de la Fama inútil no tenía nombre. Su sed de adoración la había hecho ser una coleccionista de cualidades a lo largo de su existencia. Ahora contaba con todas. De entre ellas destacaba su voz, a la que había dedicado miles de horas de estudio y ejercicios. Era tan perfecta que con solo abrir la boca todo un espacio se llenaba del rumor de las ropas al frotarse; con respirar se percibían cualquier número de alientos tibios en la nuca. Había unido el arte de las vocales con el de las sensaciones: al pronunciar la primera los humanos sentían cómo todos sus vellos se erizaban, con la segunda las entrepiernas lubricaban, con la tercera los poros se dilataban, con la cuarta los párpados se cerraban ante su propio peso y con la quinta caían en un estado de ánimo similar a un prolongadísimo orgasmo.

Su necesidad de ser idolatrada la hacía irradiar una energía que rodeaba su entorno creando fenómenos extrañísimos: su presencia se tornaba en alucinación.

Para los otros su persona se asemejaba al universo, siendo tan ciegos que no podían liar una idea con otra imagen. Confundían su cabeza con el cielo, sus pulmones con el viento, su sangre con la lluvia, sus miembros con las estaciones, los orificios de su cuerpo con las estrellas, sus orejas con la luna, sus ojos con el sol, su cuerpo con la tierra y sus 360 articulaciones con los 360 días del año.

De igual manera sus actitudes eran camaleónicas, su sueño era la noche, su risa: granizo, su respiración: brisa y sus l grimas: niebla.
Durante la cena recapituló todas sus aptitudes, sopesó su poder y su capacidad de ponerlo en práctica. Pasó mentalmente lista a sus invitados: Jefes de Estado, Líderes Espirituales, Ídolos Populares, Mitos Vigentes, y algunos representantes de la gente común, elegidos por su potencial de liderazgo. Todos se hallaban presentes. Puso a prueba su fortuna dando pequeñísimas muestras de su existencia entre bocado y bocado y por fin, se decidió a revelarse como el único ser capaz de derrocar a Dios y por lo tanto, después de todos los siglos de preparación, merecedora absoluta de su reinado.

Cuidó que la prisa no la tomara por sorpresa, esperó a que se terminara el café‚ y los licores. Dio el último bocado, tomó su copa y se puso de pie, lista para dar el anuncio. Golpeó el recipiente con su cuchillo. La sala se bañó de silencio. Tomó aire para dejar escuchar su voz por primera y última vez. En pocos segundos el mensaje se hizo presente. Todos los invitados lo oyeron y siguió la fiesta como si nada hubiera pasado.

La Dama de la Fama Inútil se volvió a sentar, ahora llena de victoria, y no se dio cuenta de que había cometido el mismo error que Dios. Tanto se había depurado que su tiempo era paralelo al de los demás; razón por la cual nadie nunca notó su presencia.

Notas en vano

¿Qué es lo que en los ojos del enamorado se convierte en verdad?
Puede ser la grandeza de una mirada que al refractarse en el alma se proyecta como miniaturas de colores que se impregnan en el corazón...
Puede ser la incertidumbre de una sonrisa o el regalo de un gesto...
Puedes ser la bendición de una orden...
La ingratitud de unos labios que no se regalan o la devoción de unas manos que se extienden desnudas sobre el aire...
Bendito sea lo inalcanzable porque de ellos se genera la esperanza
Alabado sea el fracaso rotundo de la idolatría
Alabado sea el aire que nos acaricia
Benditas sean las manos del recuerdo
Benditos sean los recuerdos del alma
Bienvenidos los dedos del recuerdo
Caigan sobre hielos las cuchillas de la decencia estorbosa y torpe
Que desaparezcan los recovecos y los rincones sórdidos
Que se laman las lenguas de la mente y se mastiquen las muelas del asombro.
Que se traguen las gargantas del poder para poder tenerte
Para aspirar tu aroma en cada hueco y lamer tu gusto en cada bocado...

Que la desgracia colme nuestros destinos al unísono para poder creerte...
Si te amara más ya me hubieras matado.

Nov 1993
Lectura

Quiero aprender a leer los mensajes que llevan los angeles
para delinear sus nombres sobre tus cejas
y exorcizar el café de tu frente para su lectura
para fijar la mirada en tus ojos
y decirte lo que leo en los surcos de tus pestañas
para pegar mis manos a tu espalda
y decirte lo que leo en los montes de tus hombros
para leer el nombre que te pusieron los ángeles
y escribirlo sobre mi puerta
para pegar mi cabeza en tu pecho
y decirte lo que oigo en las voces de tus respiros

Para escribirte tu historia
con idiomas inimaginados bajo las axilas

Recuerdos del Padre

Fabiola Diaz de Leon

El ruido de la puerta principal me hizo dejar el eterno juego del patín non. Me tiré al suelo para desabrochar el aparatejo ya anteriormente desconchinflado por seis veloces aventureros y mi vestido se levantó, pero yo no me inmuté, de todos modos siempre tengo los calzones llenos de tierra. En cuanto me deshice del patín me levanté a gatas y corrí a la puerta deseando que Emilia no hubiese llegado antes que yo.

Esa tarde era color de rosa, y si no lo era yo la vi color de rosa. Tope con la figura de mi padre, siempre viendo al frente. Sin bajar la mirada puso su mano sobre mi pelo y lo revolvió, era una caricia cotidiana, a la vez profunda e indiferente, No puedo describir cuan feliz fui al ver que la zonza de Emilia apenas venía corriendo por el patio para encontrarse con nosotros. La vi con un dejo de burla y orgullo, ella trató de contestar con una trompetilla en la que puso tal esmero que perdió el ritmo y se fue de boca. Al cruzarse con ella papá la levantó y siguió de largo hacia la cocina.

Inmediatamente me dirigí a la silla que flanqueaba la puerta. Sin atreverme a sentarme en ella me detuve del respaldo, y ahí fue cuando vi que el cielo estaba rosa y las nubes eran un enorme algodón de azúcar que me extasió durante los pocos minutos que transcurrieron mientras papá saludaba a los demás miembros de la familia. Al acercarse a mí, sus botas de hule sonaban sobre los mosaicos del patio como si masticaran parte del enorme algodón rosa. Movió un poco la silla para enfrentar el sol poniente. Fue entonces cuando pude apreciar con nitidez su perfil. Bañado por la luz que tanto me maravillaba parecía un papá cubierto de jarabe. Con una palmada en le muslo me indicó que me sentara. Obedecí al instante, en el fondo era lo que yo quería que hiciera. Ya sentada sobre su pierna me recargué en su pecho y juntos saboreamos el dulce que el atardecer nos regalaba. Emilia llegó y se trepó en la otra pierna de papá, pero ella no se recargó en su pecho, ni saboreó las nubes de azúcar, ni tuvo un papá bañado en jarabe. Ella solo se sentaba ahí y babeaba, había robado algún dulce de la cocina y trataba de masticarlo sin que nosotros nos diéramos cuenta. Dejé de verla y recargué mi cabeza sobre el hombro de papá para contemplar de nuevo su cara. Tenía la piel blanca, algo gruesa y arrugada. La barba le comenzaba a crecer. Sus ojos brillaban como dos piedras de fantasía, no recuerdo con exactitud de qué color eran, pero esa tarde tenían el color y la transparencia de la miel. Algunos vellos se asomaban por sus fosas nasales, eran rubios y también brillaban. No sé cuántos años tenía, par mi tenía todos los del mundo, era el hombre más guapo, más rico, más sabio, más viejo, más alto. Él era el único hombre de verdad que yo conocía porque los que había visto en la calle me parecían sucios y desagradables escupían sobre las aceras haciendo un ruido muy feo, y mis hermanos eran largos, flacos y sin ningún chiste.

Emilia comenzó a esculcar en los bolsillos del overall azul, encontró un macarrón de leche que al instante se metió en la boca. Papá me señaló otro bolsillo y guiñó el ojo. Con trabajo saqué un macarrón igual, lo chupé imaginando que era un pedacito de nube. Pronto Emilia se aburrió y se fue.

Papá y yo estuvimos ahí sentados, absortos e inmóviles, hasta que el sol se escondió. Tomados de la mano entramos en la casa. Mi hermana mayor ordenó que fuera a bañarme, no sin antes sentenciar: "Seguro traes tierra hasta en los calzones." Mi papá soltó mi mano y antes de darnos la espalda nos sonreímos mutuamente. Sabíamos que nunca volveríamos a contemplar una tarde así juntos.

Los años pasaron, Emilia y yo dejamos de esperar el ruido de la puerta, teníamos mejores cosas qué hacer, supongo.

Papá siempre repitió el ritual de las tardes hasta que una vez se sentó para contemplar el sol y quiero escuchar el ruido del patio. Cerró los ojos para concentrarse y nunca más los volvió a abrir. Esa tarde también la recuerdo, era rosa y un galancete, rosa también, apretaba mi mano a escondidas de mi hermana mayor. Años después mi madre me dijo que la tarde en que papá murió llevaba dos macarrones de leche guardados en cada uno de los bolsillos de su overol.

Salomé o el desamor


El altísimo tributo a pagar por el desprecio resulta, en la mayoría de los casos, el mejor punto dónde cortar la obra dramática.

Bañada en Celeste, con la melena al aire brillando como el cobalto y la mirada encendida por el deseo, bailando con las caderas atadas a las percusiones y los dedos curvados como sosteniendo un falo que se acaricia al sonido de los crótalos –suben al eco, descienden de golpe - mojadas las palmas por el sudor, y convidando a la cabellera egoístamente. Cada compás anuncia el minuto próximo a convertirse en orgasmo.
La música se apaga, el aplauso se enciende. Retumba la voz del patriarca como una promesa en cada: “¡Bravo!” En el centro: Salomé brillando como una diosa; apenas ha cesado el aplauso su voz se eleva hasta alcanzar el techo del recinto: “Quiero la cabeza del Batista”. No se oye una sóla respiración. Desde su trono Herodes trata de disuadirla, pero Salomé arde en deseos de besar la boca del Bautista, es un ardor que no cesa, los siente como llamas sobre su boca.
Minutos después le ofrecen, sobre una charola de plata, la cabeza del Bautista, Salomé la toma, y en un gesto majestuoso, dirige una mirada a su alrededor, una vez cerciorada de que es el foco de atención deposita la bandeja a sus pies, toma la cabeza entre sus manos –mezclando sus dedos con el pelo del Bautista- y la levanta hasta tener la mirada muerta cubriendo la suya. El Bautista ha perdido el gesto taciturno que tanto fascinaba a Salomé, sus ojos apenas asoman un trozo de iris, sus enormes pupilas –siempre acusadores- se habían borrado para siempre. Furiosa, Salomé arrancó su mirada de la del Bautista y observó su nariz, fuera de un hilillo de sangre que tranquilamente resbalaba por la fosa nasal derecha, conservaba su soberbia y su altivez. Clavó la mirada en al boca, estaba abierta y oscura, aún muerto el bautista se burlaba de ella y de sus progenitores con su gesto burlón y Salomé no pudo más y comenzó a gritar: “Insulta ahora mis orígenes”. Tuvo miedo, volteó a ver a su auditorio, las caras que minutos antes la ovacionaban ahora eran grises, pero aún así la observaban, Herodes moría de terror poco a poco, pero aún así era el que más atención prestaba, Salomé, sin despegar la vista de Herodes, levantó la cabeza y acercó sus labios a los del Bautista, besó largamente la boca muertabierta. En al sala se elevó un murmullo que crecía conforme Salomé hacia descender la boca hasta sus senos marcando con sangre –como una amazona- el recorrido de tan merecido atributo. Primero rodeó el seno izquierdo, luego el derecho, bajó por el vientre y le sumergió en su entrepierna. El murmullo ahora era un grito que se fundió con el gemido de placer que brotó de la garganta de Salomé. Herodes ordenó que parara cuanto antes, Herodias reía a carcajadas, de pronto, cortando el aire se oyó una orden: Herodes ordenó al verdugo cortar la cabeza de Salomé. Y Salomé en el centro, brillando como una diosa, acostada arqueaba las caderas para alcanzar al boca muerta del Bautista. El verdugo se acercó y sin más cortó la cabeza de un tajo, el golpe lanzó a los pies de Herodes con la mirada fija en él y la boca entreabierta, invitante. Herodias calló. Herodes levantó la cabeza de su sobrina, de su hijastra, de Salomé, entre sus manos y torpe, casi puerilmente, enterró los labios en la boca muertabierta de Salomé. De nuevo la carcajada de Herodias explotó hasta elevarse al techo del recinto.

Un paisaje con figura

El aire se respira suave, como si su movimiento fuera innecesario. Suave se acaricia el sol con el agua. En el centro, varias figuras entorpecen el idilio eterno. Una se separa del conjunto para acercarse a unas rocas que se resisten a acogerla en su abrazo.
Sentada sobre la orilla inmóvil del acantilado, en posición desconfiada y mirada perdida, la figura rompe la armonía. No pertenece a ese lugar y se resiste a ocupar su sitio pues le resulta reducido e incómodo.
Los minutos caen al pozo infinito del mar y del tiempo, llevándose consigo las gotas saladas que se deslizan por las mejillas de la intrusa. Se llevan solo gotas saladas y no lágrimas: lagrimas son aquellas que hacen sufrir a las demás figuras, pero estas no hacen sufrir a nadie y el mar, enfadado, las funde con las suyas sin prestarles atención.
El mar, ahora excitado por la luna, se levanta potente, orgulloso golpea a las rocas en un desplante de poder. Estas dejan escapar su queja en un rugido común.
La lucha continúa así toda la noche y la figura insiste en fundirse en el pétreo abrazo de escarpadas cumbres y espumas blancas. El mar solo se detiene un segundo cuando la fuente lo penetra minúsculamente en toda su inmensidad.
Las rocas siguen rugiendo, el mar sigue embistiéndolas, pero para la figura solo son: Humedad, Oscuridad y Silencio.



LA SANGRE

Si me corto las venas en cuatro gajos
y te los ofrezco en bandeja de plata
¿qué harías?
¿te los llevarías a la boca con las manos?
¿Te atreverías a tocarlos?
¿te atreverías a degustarlos?

Solo hay cuatro gajos rojos
que brillan como granadas peladas
sobre un fondo cóncavo de espejos
sumergidos en una breve luz naranja

¿te atreverías a tomar uno y llevártelo hasta la boca?
¿seguirías con tu mirada su recorrido?
¿lo reventarías con los dientes?

Puedes hacer con ellos lo que quieras
desde tirarlos a las basura hasta beberlos
te los ofrezco porque yo ya no se que hacer con ellos
cuando decidí matarme
no habías llegado

Esperan pacientemente a que decidas su destino
sin mayor tormento que el frio.

¿te atreverías a beberlos de la bandeja?
Son tuyos los cuatro gajos
te los quiero dar

¿en cuántos tragos? ¿cortos o largos?
¿les abrirías el paso de la memoria con la nariz?
¿los dejarías resbalar por tu garganta?
¿dejarías que su jugo te manchara las manos?
¿te chuparías los dedos empapados?

Son cuatro gajos para nariz, manos, boca, lengua, garganta...
Te los di y su destrucción es tuya
de la mía ya me encargué yo.



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